Una vez, un sacerdote estaba dando un recorrido por la Iglesia al mediodía, y al pasar por el altar, decidió quedarse cerca para ver quien había venido a orar. En ese momento se abrió la puerta y el sacerdote frunció en entrecejo al ver a un hombre acercándose por el pasillo; el hombre estaba sin afeitar desde hacía varios días, vestía una camisa rasgada, tenía el abrigo gastado, cuyos bordes se habían empezado a deshilachar. El hombre se arrodilló, inclinó la cabeza, luego se levantó y se fue. Durante los siguientes días, el mismo hombre siempre venía al mediodía a la Iglesia, cargando una maleta, se arrodillaba brevemente y luego volvía a salir. El sacerdote un poco temeroso empezó a sospechar que se tratara de un ladrón, por lo que un día se paró en la puerta de la Iglesia y cuando el hombre se disponía a salir, le preguntó: "¿Que haces aquí?" El hombre dijo que tenía media hora libre para el almuerzo y aprovechaba ese tiempo para orar. "Solo me
Para sentirnos mas cerca de Dios