Dame, Señor, un hijo…
Que tenga la fortaleza de reconocer cuando ha flaqueado; el valor de enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo.
Un hijo que lleve alta la frente en la honrada adversidad de la derrota, y que sea modesto y gentil en la victoria.
Un hijo que nunca doble la espalda cuando debe erguir el pecho; que no se contente con solo desear en vez de realizar.
Un hijo que te conozca a Ti y se conozca a si mismo… y sepa que en conocerse el hombre a si mismo, se encuentra el fundamento de todo saber.
No lo guíes, Señor, por el camino cómodo y fácil, sino por el sendero áspero, espinoso y difícil donde las dificultades son acicate y reto para vencerlas. Allí… déjalo que aprenda a hacer frente a las tempestades, a sostenerse firme y seguro en medio de ellas.
Dame, Señor, un hijo capaz de compadecerse de los que flaquean y fracasan. De sano corazón y altos ideales; capaz de dominarse él mismo antes de pretender dominar a los demás.
Un hijo que aprenda a reír… pero que también sepa llorar. Un hijo que avance hacia el futuro sin desentenderse jamás de lo pasado.
Y después de haberle concedido todo eso, imploro de ti, Dios mío, le concedas… suficiente sentido de buen humor para proceder con seriedad sin tomarse a si mismo demasiado en serio. Humildad y sencillez, compañeros de la verdadera grandeza. Una mente abierta e imparcial, propia de los verdaderos sabios. Y la mansedumbre de los verdaderamente fuertes.
Porque entonces, Señor, yo, el padre de tal hijo, me atreveré a susurrar en lo mas profundo de mi corazón… «No he vivido en vano.»
General Douglas MacArthur
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